En una publicación anterior, mencionamos que Camus fue uno de los filósofos que, durante la guerra y la posguerra, opinó que nada podía justificar el uso de la violencia. Su postura se asemejaba a la del personaje Aliosha de Los hermanos Karamázov de Dostoyevski, quien afirmó que nada justifica sacrificar a una persona para, se espera, salvar a muchas otras. En el ejemplo de Aliosha se trataba de torturar a un bebé.
Antes de la guerra, Sartre probablemente compartía la opinión de Aliosha y Camus. Sin embargo, con el tiempo, tanto Sartre como Beauvoir se distanciaron de esta postura y comenzaron a pensar que siempre se debía sopesar y evaluar las vidas de forma razonada. Consideraron que la opinión de Aliosha era una forma de evadir la responsabilidad, que, aunque difícil, era necesaria.
Esto puede parecer completamente irracional (estoy de acuerdo), pero reflexionemos sobre la actualidad: ¿cuántos Estados han intentado justificar sus torturas, detenciones, ejecuciones, vigilancia y restricciones a las libertades más básicas con el argumento de protegernos de una amenaza futura contra el país o el mundo? Lo que quiero decir es que, aunque no estemos de acuerdo, no es sorprendente que se lo hayan planteado, ya que en estos tiempos se sigue haciendo esos cálculos y justificándolos.
Veamos un ejemplo:
A mediados de los años 40, Sartre fue muy crítico del Estado soviético. Mientras tanto, los comunistas franceses desde el principio desaprobaban las ideas existencialistas debido a su énfasis en la libertad personal. Para ellos, un miembro del partido debía comprometerse de tal manera que básicamente significaba dejar de cuestionar. Sartre no podía aceptar algo así, y le llevó un gran esfuerzo reconciliar los conflictos entre su apoyo a las políticas revolucionarias y los principios fundamentales del existencialismo, que se oponían entre sí.
En 1949, se produjeron varios eventos importantes. En primer lugar, la Unión Soviética detonó su primera bomba atómica. Además, en octubre de ese año, Mao Tse-tung proclamó la existencia de la República Popular China, aliándose con la Unión Soviética y formando así un bloque de dos superpotencias opuestas a Occidente. En 1950, comenzó la Guerra de Corea, en la que la Unión Soviética y China apoyaron a Corea del Norte, mientras que Estados Unidos respaldó a Corea del Sur.
Los existencialistas, al observar toda esta situación, comenzaron a cuestionar su apoyo a los ideales comunistas y se preguntaron hasta dónde podían llevar su creencia. Para algunos, la invasión a Corea del Sur evidenciaba que el mundo comunista era tan codicioso como el capitalista y que estaba dispuesto a usar la ideología como medio para alcanzar otros objetivos. A esto se sumó la creciente atención sobre los campos de concentración soviéticos.
Desde entonces y hasta 1953, cuando concluyó la Guerra de Corea, varios existencialistas comenzaron a distanciarse de sus antiguos ideales que defendían que todo debía intentarse para mantener el ideal comunista, incluso evaluar y medir las vidas humanas de forma razonada. Sartre fue una excepción; aunque hasta entonces había sido muy crítico del Estado soviético, acabó radicalizándose.
Pasemos a 1952, Jean Paul Sartre publica en Les Temps Modernes (publicación que fundó con Beauvoir), un ensayo lleno de justificaciones y argumentos a favor del Estado Soviético. Se titulaba “Los Comunistas y la Paz”, lo escribió casi sin parar, y bajo los efectos de la Corydrane. A este ensayo le siguió otro, igual de impulsivo y resoluto, esta vez atacando a su amigo, Albert Camus.
En 1951, Albert Camus publicó su ensayo El hombre rebelde, donde desarrolló su teoría sobre la rebelión y el activismo político, muy diferente a la visión comunista de la época. Mientras que los marxistas creían en un avance inevitable hacia un paraíso socialista perfecto, Camus rechazaba la idea de la perfección. Según él, mientras existiera sociedad, habría rebeliones, pues cada revolución que triunfara establecería un nuevo status quo que acabaría generando sus propias injusticias. Para Camus, cada generación tenía el deber de rebelarse, un ciclo incesante e imparable.
Para Camus, la verdadera rebelión consistía en poner limites sobre asuntos reales que se han hecho inaceptables. Por ejemplo, un esclavo que ha sido ordenado a hacer o no hacer toda su vida, de repente decide que no obedecerá de nuevo y establece un límite. La rebelión era una forma de contener la tiranía.
La visión de Camus fue interpretada como un ataque directo al comunismo soviético y sus defensores; Sartre sintió que era, en parte, un ataque hacia él. Reconociendo la necesidad de responder, Sartre encargó una reseña en Les Temps Modernes. La reseña fue escrita por un colega de Sartre y criticaba fuertemente El Hombre Rebelde, calificándolo como una apología del capitalismo.
Camus se defendió enviando una carta al editor, es decir, a Sartre, en la que argumentó que sus ideas habían sido malinterpretadas. Además, agregó: "Estoy realmente cansado de recibir lecciones sobre efectividad de críticos que solo han cambiado de postura según la dirección de la historia". En otras palabras, Camus le reprochó a Sartre que cambiaba de opinión según lo que él creía que le beneficiaría a nivel histórico.
Estas últimas líneas obligaron a Sartre a responder en un escrito que, según los biógrafos y académicos, fue excesivamente emocional incluso para sus estándares. Allí le dijo Sartre a Camus que su amistad había terminado. Para Sartre, Camus se había convertido en un contrarrevolucionario y no podía haber reconciliación posible. Camus debía ser “eliminado” para poder salvar al ideal.
En un próximo post, les contaremos cómo terminó esta famosa pelea.
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¿Quién creó al mundo? ¿Quién hizo al cisne, y al oso negro? ¿Quién dio forma al saltamontes? Me refiero a este saltamontes, el que acaba de saltar en la hierba, el que ahora come azúcar de mi mano, el que mueve las fauces de atrás para adelante y no de arriba abajo, el que mira a su alrededor con enormes ojos complicados. Ahora levanta una de sus patas y se lava la cara cuidadosamente. Ahora de pronto abre sus alas y se va flotando. Yo no sé con certeza lo que es una oración. Sin embargo sé prestar atención y sé cómo caer sobre la hierba, cómo arrodillarme en la hierba, cómo ser bendita y perezosa, cómo andar por el campo, que es lo que llevo haciendo todo el día. Dime, ¿qué más debería haber hecho? ¿No es verdad que todo al final se muere, y tan pronto? Dime, ¿qué piensas hacer con tu única, salvaje y preciosa vida?
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